Esta es la imagen de Códice Mendoza donde se representa el glifo de México en el centro del Anahuac

Esta es la imagen de Códice Mendoza donde se representa el glifo de México en el centro del Anahuac
El águila está sustentada en el nopal. La tuna, fruto del nopal, representa el corazón humano, y por lo tanto es una representación de la creencia azteca del sacrificio humano y ofrenda del corazón para garantizar el don de un nuevo día.

19 de febrero de 2008

Poesía, Política y Tradición Oral.

La dinastía no espera el paso de la memoria/ o al sacerdote cacofónico/ su furia incandescente atraviesa el hilo hacia la ceniza/ y sobrevive a la esterilización de la ciudad/ porque decir tradición oral no es la tradición del oro/ sino la hora de antorchas. Karlos Tachisavi, poeta ñuu savi Judith Santopietro: Los conceptos ´poesía` y ´política` se materializan en uno solo a través de los vasos comunicantes que nos ofrecen sus significados desde siglos atrás. Mientras que la primera es la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, según el Diccionario de la RAE, este mismo nos despliega diversas acepciones para la segunda, y algo curioso salta a la vista, ninguna de estas explicaciones aún nos indica la relación entre los tres poderes y los partidos políticos, quizá porque esas formas verticales de gobierno son tan recientes como la propia clasificación de la poesía. La verdadera raíz de política es la palabra griega polis, que en la antigua Grecia era lo que consideraban un estado autónomo constituido por una ciudad; de ahí la derivación de que sea la actividad que realiza un ciudadano para adentrarse de diversas formas en los asuntos públicos, con su opinión, con su voto o incluso con el arte. El concepto en realidad se refiere a los roles que desempeñamos los seres humanos, desde tiempos remotos, dentro de nuestras sociedades tan diversas, cultural y lingüísticamente hablando. Una vez expuesto lo anterior, el significado ´política` parece claro, aunque persiste el arraigo en nuestro diccionario personal de que esta palabra tiende una puente con el poder de los gobiernos, o nos refiere sólo hacia autores militantes y antidictatoriales. De este modo, surgen los comentarios basados en el principio de exclusión que rechaza como una postura política recurrir a la tradición oral, una vez que califican de error la sugerencia de conocer más a los pueblos originarios de cualquier geografía, bajo el discurso que un sinnúmero de académicos, lingüistas, escritores y gobernantes profieren: que en el mundo hispanohablante somos seres occidentales, sin vínculo alguno con las culturas primarias que nos han dado gran parte de nuestra riqueza; o como figura en los planes de estudio de algunas universidades en este país las cuales ostentan materias básicas como el inglés, mientras adjudican el folclor al sentido originario. Éste es el caso de una negación de las diferencias, porque en la lucha de contradicciones, se realizan grandes asesinatos de lenguas, culturas y tradiciones, y se nulifica nuestra adquisición de idiomas (un doble tesoro cultural), e incluso una probable destreza lingüística. El caso de México es fundamental, ya que es el ejemplo de un lugar donde convergen más de 62 lenguas de los pueblos originarios, el segundo país en el mundo con la mayor diversidad de idiomas; es decir, constituimos un conglomerado de naciones con una oralidad que día a día sufre un desdén severo. El poder no es capaz de modificar la profundidad de la lengua, así lo vemos en el caso de español, que a pesar de ser impuesto no encontró conceptos que sustituyeran a lo nombrado con anterioridad. Ejemplo de nociones que conviven con el español son las palabras que provienen de la memoria histórica: ´tiza` procede del náhuatl, del vocablo tizatl que designa a la arcilla blanca usada para escribir en los pizarrones; ´apapachar` por reduplicación de ´apachar` del náhuatl patzoa que significa magullar o aplastar. Además de los nahuatlismos, está la aportación de las diversas lenguas como el maya, el quechua, el taíno, el guaraní, el araucano, el mapuche, el caribe, el aimara, entre otras: ´ajolote`, ´caoba`, ´canoa`, ´maíz`, ´maní`, ´sabana`, ´yuca`, ´cacique`, ´aguacate`, ´coyote`, ´hule`, ´jícara`, ´nopal`, ´petaca`, ´petate`, ´alpaca`, ´cancha`, ´coca`, ´cacao`, ´chapulín`, ´llama`, ´charal`, ´mate`, ´puma`, ´mapache`, ´guacamole`, ´totopo`, ´jaguar`, ´zapote`, ´zopilote`, ´yuca`, ´tuna` y ´maíz`.[1] La literatura incompleta Si bien como escritores hispanohablantes estamos comprometidos en conocer la tradición poética española, también deberíamos tener la misma postura respecto a la mitología de nuestros pueblos, a su tradición oral y a su actual literatura. Una significativa ruptura con el dominador sería aceptar nuestra verdadera herencia cultural, opuesta a una globalización y americanización disfrazada de intereses democráticos, además de convertirnos en seres críticos ante este problema humano y político. El escritor Gary Snynder, en alguna entrevista, mencionó que “la poesía es el trabajo de una vida”, en referencia al papel que juega el poeta dentro de una comunidad: es el ser que articula mediante la palabra hablada lo semisabido por la tribu, quien transforma el pensamiento de los otros en un lenguaje versificado y mnemotécnico que pasará a través de los siglos. Así, en el constante quehacer por recrear la historia de su cultura, se mantiene en contacto con la comunidad, se identifica con la gente real que hace sus labores domésticas y míticas una y otra vez para la supervivencia. Pero en la actualidad, la mayoría de los poetas jóvenes de este país tienen una mirada hacia algo en lo que jamás reconocerán su propio lenguaje ni su concepción del mundo; persiste un excesivo viaje hacia el interior, mientras que los paisajes externos donde se encuentra el pueblo y su cosmogonía jamás dialogan con su interior. Los poemas se vuelven intimistas, y se hace a un lado la estructura total de la mente, en donde albergan los mitos de origen y los cosmogónicos; unos que narran y justifican el nacimiento de una situación que antes no estaba en el mundo; los otros que cuentan la creación de la vida. Pero, me atrevo a afirmar, jamás tendremos conciencia de ellos hasta acercarnos a la historia cultural de nuestro lenguaje. Entonces, fuera de este contexto, el poeta se refiere casi siempre a una audiencia sin rostro, con la cual poco se identifica; unos espectadores quienes no corresponden a alguno de los hablantes en hñahñu, wirrárica, tojolabal o del mismo español. Persiste el razonamiento abstracto; la atención por la cantidad de publicaciones anuales en diversos medios y además la importancia de la calidad de éstos; las antologías de poetas mexicanos que pasan por alto la literatura actual de hablantes de otras lenguas; la pureza del texto; la preocupación por el efecto inmediato; “la excesiva interferencia del ego”[2], como lo denomina Snyder; y las dedicatorias que más allá de lo afectivo trazan lazos de poder. Todo eso los aleja de las instancias primeras a las que debe acceder un poeta, antes de que la expresión personal se vuelva válida en los poemas, es decir, el acercamiento hacia los cantos y la ritualidad de las culturas originarias, que en el caso de México, conviven en nuestro mismo entorno sin que lo advirtamos muchas veces. Ver no sólo la miseria o su escasa o nula tecnología, sino establecer el vínculo comunitario para que ser poeta no consista sólo en una práctica privada y de algunos grupos, y se convierta en el eco de una poesía con el sentido de un Yo colectivo: “...la poesía, para ser tal, debe hablar desde una zona más profunda que la del individuo privado”.[3] Está demás decirlo, este oficio trasciende a las preocupaciones personales que no se relacionan con el entramado de una sociedad, y nos advierte de las diferentes maneras de concebir la vida, el agua, los ciclos y la propia muerte; nos lleva en una verdadera búsqueda por el caracol de los oficios legados desde los tiempos primigenios, los cuales perduran, como la pesca, la caza, la agricultura, la alimentación, entre otros, porque alguien que no otorgue importancia a la situación del mundo, muy difícilmente nos podrá hablar de él, y en menor medida logrará tocarnos alguna fibra de la percepción. Pero se preguntarán por qué esta recurrencia hacia el pasado, cuál razón para consultar nuestra mitología, la magia y la ritualidad; y la respuesta sólo la hallaremos en este lenguaje permeado de palabras de diversos orígenes que nos dicen más que lo nombrado; las cuales se vuelven entes cálidos y ascienden como onomatopeyas de la memoria; lo sabremos hasta intentar comprender la razón de los wirráricas por considerar al venado más que algo que les proporciona su carne y su piel, ya que antes de esa función los animales ingresaron a la mente como seres anunciantes, símbolos del vínculo hombre-animal, protectores, en su representación telúrica, acuática y aérea; o por qué la Virgen de Guadalupe aún para algunos es Tonantzin, y representa nuestro sentido de orfandad originado por la Conquista. Conoceremos entonces que a través de la oralidad, se preserva la memoria en los instantes cuando nos sentimos vulnerables como pueblo ante otra cultura que nos intente avasallar. La idea fundamental es que el poeta llegue a la era primigenia donde se inicia la vida, que la abarque y la recree con la imaginación, que la considere parte de su ser, y se vuelva lo más humano posible, para que el conocimiento esencial de las cosas y los seres sostenga el poema, y así su poder radique no en la elocuencia, sino en nuestra capacidad para sentir lo profundo de cada palabra. Así es como nos referimos a la experiencia auténtica, porque estamos conscientes de que se trata de discriminar los sucesos que nos atañen, porque la realidad puede ser excesiva, según lo menciona José Revueltas en su prólogo a Los muros de agua: “... quiero decir que un realismo mal entendido, que un realismo espontáneo, sin dirección, el simple ser un espejo de la realidad, nos desvía hacia el reportaje terriblista, documental. La realidad debe ser ordenada, discriminada, armonizada dentro de una composición...”[4] Las transformaciones de esa visión del mundo son aptas para que se refuncionalicen, con sus peculiares variantes geográficas, en las formas orales y escritas, y esto es una tarea que le compete al escritor, como lo menciona Elias Canetti: “... lo que un escritor debe poseer hoy en día para tener derecho a serlo (...)es su condición de custodia de las metamorfosis”.[5] No sería tan errado afirmar que la creatividad decrecerá si se la aleja de las raíces que han hecho la vida humana posible, si no advertimos esa otra poética del arte que se une a nuestra actualidad; morirá si no ejercemos el principio de alteridad que dice: “El conocimiento de uno mismo pasa por el conocimiento del otro”; entonces comprenderemos que los pueblos originarios de México enriquecen nuestra cultura, de tal manera que al desaparecer su lenguaje, ya sea simbólico o hablado, se perpetra una pérdida de nosotros mismos, como en el siglo XVI con el mayor genocidio de la historia humana debido a la Conquista de América. Así que cuando nos referimos a poesía política, y a las múltiples clasificaciones de ésta, hacemos uso de un pleonasmo para ocultar, eufemizar y evitar compromisos, ya que el sólo hecho de considerarnos escritores nos responsabiliza de abrir los canales para que los seres humanos se comuniquen y así recuerden que aquellas transformaciones de los hombres son las que nos constituyen en la actualidad. Cabe la pregunta: ¿acaso ser poeta no implica en sí una posición que incida en la historia comunitaria? Porque el reconocimiento hacia el otro, también es política. [1] Grilemo, Álex, Defensa apasionada del idioma español, Ed. Punto de Lectura, España, 2001, p. 165. Aunque cabe aclarar que este escritor en algunas afirmaciones se desliza hacia la postura del idioma español como dominante y unificador en nuestra geografía. [2] Snyder, Gary, En Torno al Oficio del Poeta, Ed. UAT, México, 1990, p. 11. [3] Snyder, Gary, op cit., p. 32. [4] Revueltas, José, Los muros de agua, Ed. Era, México, 1999, pp. 18 y 19. [5] Canetti, Elias, “La profesión de escritor” en La conciencia de las palabras, Ed. FCE, México, 1981, p. 355.